Alfa

Nunca he sido un tío especialmente masculino. Joder, tengo una pelea constante con mis amigos de toda la vida para demostrarles que no soy gay (viéndome forzado a realizar con sus madres y hermanas todo tipo de actos peligrosamente acrobáticos que muchos miembros del Circo del Sol no se atreverían a hacer para desmentirlo, algunos de ellos totalmente prohibidos en la región de Murcia) y en mi última semana en Maella me dijeron que tenía una cara bastante femenina, a pesar de la barba que gasto. En cualquier caso, hay algo especialmente macho en lavar el coche, algo muy de padres.

Hace milenios que no cazamos y recolectamos para demostrar a la hembra que somos dignos de perpetuar la especie con ella, y lo hemos sustituido con pequeños actos que reafirman nuestra hombría: colgar un cuadro, arreglar un grifo o defender el honor de nuestros vástagos llamando hijo de puta a un niño de seis años desde la seguridad de la banda de un campo de fútbol sala. Como siguiente paso evolutivo también, hay otras maneras de reafirmar la hombría más de puertas para adentro, y una de ellas es lavar el coche.

Coger las llaves del coche, llevarlo al Elefante Azul, cambiar un billete de cinco en monedas de euro y levantar la manguera te convierte automáticamente en un hombre. Tus piernas pisan más firmemente esa tierra que espera a que la repuebles con el fruto de tu semilla, tu autoestima sube +5 puntos, te sientes una mezcla de todo lo bueno de George Clooney, Paul Newman, Hugh Jackman (con unas orejas normales) y Don Draper, te crecen los bíceps y el pecho, te desaparecen las bolsas de debajo de los ojos y te sube el culo.

Terminas de lavar el coche y te sientes completamente preparado para tu siguiente tarea de macho, sea conquistar la estepa mongola, llevar a tus hijos a pescar, cumplir con la mujer hasta dejarla extasiada o hacer una paella.

Groar.

Número de familiares en el extranjero: 1. Frommer.