Ulysses On Sale

No entraba dentro de mis planes estar en Zaragoza este fin de semana, pero estaba de nieve hasta los huevos. Literalmente. El viernes por la mañana la nieve acumulada en el portal de casa tras 36 horas ininterrumpidas de ventisca me alcanzaba los innombrables.

Yo llevaba dos días seguidos diciendo a mis compañeros que el finde me iba a Zaragoza, pero todos me miraban como si estuviera loco. Hasta las 3 y cuarto, aproximadamente.

A esa hora salía un quitanieves, nuestro billete de salida con destino las rebajas de enero así que, sin tiempo apenas de hacer una mochila y engañar a un compañero para que me cubriera las dos últimas horas de no-clase, enfilamos rumbo a Zaragoza, cual odiseos ávidos de precios tachados y vacías perchas.

El primer incidente sucedió pasado el embalse de Santolea, cuando en plena rampa de subida la guardia civil, con su lento paso, hizo que los primeros coches se calaran y quedaran atascados por culpa del hielo. Mientras negociábamos con la pareja de turno, un impaciente tractor, encomendándose a san John Deere, procedió a adelantarnos por mitad de un bancal de nieve para quedar atascado doscientos metros más arriba. Como no había manera humana de mover los coches, el tractorista trató de ayudarnos empujando, momento que aprovechó para resbalar con una placa de hielo, golpearse contra un Ford Focus rojo y dislocarse el hombro de una manera tan grácil como fulminante y es que, como dice Víctor, ninguna buena acción queda sin su castigo.

Superado el tramo, continuamos hasta que pasado Castellote un compañero sugirió que quitáramos las cadenas ya que la carretera se encontraba en buen estado, pero yo recomendé mantenerlas hasta Mas De Las Matas, por precaución. Jamás sabremos si fue un buen consejo o no, ya que la cadena de mi rueda izquierda reventó apenas 50 metros después, con lo que todo el mundo tuvo que parar otra hora hasta que conseguimos cortar la cadena de la rueda derecha, que había quedado hábilmente atascada.

Cuando las emociones habían parecido terminar y poco antes de llegar a Alcorisa, uno de los compañeros decidió cagarse encima y dar media vuelta justo en plena rampa. Tras un rato negociando con él tratando de hacerle ver lo insensato de
a) hacer cien kilómetros y pasar lo peor para después dar media vuelta
b) dejar el grupo y pararse en mitad de la nada dejando además atascado a un compañero (yo)
c) tratar por cuenta propia una ruta que hasta la Guardia Civil desaconsejaba y
d) detener un coche de gasolina en una cuesta
pareció recuperar el valor suficiente como para seguir adelante y dejarme tirado mientras él iba follado camino a perderse en la segunda rotonda de Andorra.

Separado momentaneamente del grupo decidí dejar el coche en el parking del parador donde habíamos decidido parar a tomar algo. En un arranque de miopía, lo dejé perfectamente aparcado en un alud de nieve. Y encima del bordillo.

Reagrupados al fin y tras sacar el coche a empujones, me presté a tomar la iniciativa y encabezar la expedición, ya que me conozco mejor la carretera y no quería volver a quedarme bloqueado y separado de la gente sensata, iniciativa que duró la friolera de 150 metros, la distancia exacta que había entre el parador y el bloqueo que toscamente había establecido la guardia civil con conos, una luz intermitente, cinta amarilla anudada donde se leía «Peligro, líneas de alta tensión bajo tierra» y un palé.

Mientras pensábamos cual era la mejor opción llegó un lugareño que nos aclaró la situación y, en la que parecía la menos sensata de una larga cadena de decisiones sin sentido común, finalmente pasamos el bloqueo que las fuerzas vivas habían establecido para no tener que trabajar más allá de las siete.

Siguiendo al indígena y de nuevo el último de la fila, el último tramo fue de lo más apacible.

Las cosas que he podido sacar en claro es que no hay fiarse de la guardia civil, que todo nevado es mucho más bonito (pídanme ustedes si lo desean los enlaces a los videos de Youtube), que estamos preparados y a tiempo de inscribirnos en el rally de Suecia y que hicimos bien viniendo. Al fin y al cabo, me había dejado aquí el gorro y los guantes.

Y ya, sé que parece bastante insensato haber cogido el coche siquiera en esas condiciones, pero la verdad es que he pasado más miedo esta mañana yendo en moto al centro que en las seis horas que duró el viaje. Honest.

En otro orden de cosas, la foto es del preparatorio para el taller de maquillaje de fantasía que hicimos el último día de clase del año pasado. No tiene nada especial pero yo me encuentro hasta guapo y todo.

Número de familiares en el extranjero: 1. Te dejaste el Kinder Sorpresa.